Cuando uno
es niño, los adultos de tu vida tomaban todas las decisiones que afectan tu
vida. Como yo fui criada únicamente por mi madre, ella era la única persona que
eligió el camino que seguiría hasta ser adulta. No había otra persona dispuesta
a intervenir, a opinar.
Algunas
decisiones de mi madre fueron acertadas, como la de separarse de mi padre, a
tres años de casarse. Me alegra no haber convivido con un padre sin intenciones
de abandonar la bebida. Además, descubrí que, si un matrimonio no funciona, es
mejor divorciarse cuando los hijos son pequeños. Durante mi infancia, vi a varios
compañeros de colegio sufriendo horrores las rupturas sentimentales de sus
padres. Todos tenían dificultades para adaptarse a la situación nueva. Pero yo
estaba acostumbrada a que padre viviera en otra casa. Era natural, para mí,
verlo cada tanto.
Que vaya a
trabajar a Estados Unidos, cuando yo tenía 17 años, dejándome a cuidado de la tía
Betty, fue lo mejor que nos pudo pasar.
En cambio,
otras decisiones tomadas por mi madre no fueron tan acertadas. Permitirme
cambiar de colegio constantemente resultó ser un error. El ser siempre “la
nueva” solo empeoró el bullying.
Al crecer, me
convertí en responsable de mis propios tropiezos.
Mi primer
error grave lo cometí a los dieciocho años.
Mi madre vivía
en California; yo, con mi tía Betty. Teníamos un plan, yo me iría a Estados
Unidos al terminar el secundario. Los ataques del 11 de Septiembre dificultaron
la situación, ya que resultaba mucho más
complicado conseguir visa para entrar a Norteamérica. Sin embargo, podría
haberlo intentado. Con esfuerzo, podría haber logrado reunirme con mi madre. Pero
me acobardé.
Mi tía Betty
siempre me decía que, de mudarme a Estados Unidos, terminaría “sirviendo
hamburguesas” por el resto de mi vida. Según ella, una latina jamás conseguiría
un trabajo importante en aquél país, porque enfrentaría discriminación. El
tener trabajos insignificantes, y no ser nadie, por los siguientes cincuenta
años me resultó aterrador.
Decidí
quedarme e ingresar a la universidad. Pero ¿Qué estudiar?
Me tome un
año sabático, en el 2002, mientras decidía que hacer con mi vida. Miraba doce
horas de televisión diaria y me reunía con mis amigas. También estudié inglés e
hice un curso de auxiliar de jardín maternal.
Ahí comenzó
mi amor por la lengua de Shakespeare. ¿Sería profesora de inglés? Descarté esa
idea rápidamente, ya que nunca me gustó la enseñanza. ¿Sería maestra de jardín?
Siempre tuve debilidad por los niños, pero la idea de tratar con 20 al mismo
tiempo me pareció abrumadora.
Finalmente,
tomé una decisión: sería periodista gráfica. Me gustaba la idea de investigar y
escribir. En aquél entonces, podía estudiarse periodismo en el instituto Ieres,
o periodismo deportivo en DeporTea. Pero el deporte no me gusta. Además,
deseaba obtener una Licenciatura. No me conformaba un título terciario. Por
tanto, decidí estudiar Licenciatura en Comunicación Social. ¿Dónde? En la
Universidad FASTA, de Mar del Plata.
Terminé profundamente
decepcionada.
La carrera
era perfecta para mí. Me permitía adquirir un conocimiento básico de una
variedad de temas interesantes. Pero el nivel académico de FASTA es mediocre, y
la universidad no produjo los resultados que yo esperaba.
Recibí el
primer golpe durante mi segundo año. Cursé la materia “Géneros Informativos”,
la cual me encantó y confirmo que el periodismo era la profesión para mí. Sin
embargo, durante una clase, la profesora, Romina, dijo que invitaría a dos
alumnos a una cena importante, con periodistas del diario “La Capital”. Yo fui
ignorada. Invitó a un joven, a quien llamaré Juan. Él era muy capaz, pero yo
también. ¿La diferencia? Romina tenía afinidad personal con él. Le caía bien.
Era más carismático. Ella nunca se molestó en conocerme.
En
Argentina, la amistad y el carisma son mucho más importantes que la capacidad y
las ganas, a la hora de conseguir trabajo. Además, en todo el mundo, la gente de baja
estatura no es respetada. Se nos considera insignificantes.
Juan fue a
la cena y conoció a todos los periodistas de La Capital. Cuando el diario
ofreció pasantías, ¿A quién creen que eligieron? ¿A mí? ¿O al pibe simpático con
quien compartieron una cena?
Él obtuvo el
puesto. Adquirió la experiencia y los contactos que lo llevaron a trabajar para
un diario mucho mejor.
¿Yo? Sufrí
un golpe a mi ego, una desilusión de la cual nunca me recuperé por completo.
Durante mis
años de estudio, me postulé para varias pasantías. Fui ignorada cada vez.
En el tercer
año, la única amiga que tenía en FASTA dejó de hablarme, dijo que simplemente no
me quería.
Cuando, al
tiempo, desaprobé un examen final por segunda vez, caí en un pozo depresivo. Se
trataba de la materia más difícil de toda la carrera. La mayoría de los alumnos
fallan en el examen final, al menos una vez. Pero yo me sentí desalentada.
Fue entonces
que abandone la universidad por primera vez, y tomé un trabajo de vendedora en
un stand de ropa.
Al año
siguiente, decidí estudiar realización de cine. Muy pronto, me di cuenta que esa
profesión no era para mí. Adoro las películas, pero no hacerlas. El cuatrimestre que pasé en el instituto
Bristol, estudiando cine, me sirvió para cono conocerme un poquito más.
Convencida
de que el periodismo era mi vocación, decidí darle a FASTA una segunda
oportunidad. Con renovado entusiasmo, aprobé varios exámenes y perdí quince
kilos.
A finales del
2008, a los 24 años, logré lo que soñaba desde los dieciocho. Entré en un
programa para trabajar en Estados Unidos. Pasé cuatro meses fantásticos, aunque
llenos de desafíos, trabajando en Colorado. Culminé la experiencia con un mes
inolvidable en Nueva Jersey, visitando Nueva York, Philadelfia y Washington DC.
No obstante,
regresar fue horrible. Volví a hundirme en el profundo océano de la depresión,
sin lograr ver orilla alguna.
Después de haber
visto la Universidad de Princeton, estudiar en FASTA hizo que me sintiera insignificante,
como una hoja en un bosque.
Tras haber
saboreado la libertad, vivir con mi madre me resultó insoportable. Ella no
dejaba de recordarme, que mi amiga Valeria, y su prima, regresaron con grandes sumas
de dinero tras trabajar en USA.
Lo peor fue
que FASTA continuó tratándome como un
saco de boxeo.
El profesor
de una materia en la cual sobresalí, deseaba que yo fuera su ayudante de
cátedra. Habría obtenido descuentos en la cuota de la universidad y experiencia
profesional, con aquél trabajo. Me sentí muy ilusionada. No obstante, el encargado
de otorgar pasantías, dijo que no.
Siempre me
pregunté si él fue quien boicoteó mis otras oportunidades de obtener pasantías.
Me resultó muy extraño que, tras años de postularme para ser pasante en
diversas empresas, nunca me hayan contratado. Todos mis compañeros de
universidad, todos, obtuvieron alguna pasantía en determinado momento.
Caemos
nuevamente en el tema de las afinidades personales. Al no ser yo una persona carismática,
carezco de amigos con posibilidades de ayudarme.
Una vez,
recurrí a otro profesor de FASTA, encargado de los programas que ofrecía la
universidad para estudiar en el extranjero, llamado Frank. Yo deseaba estudiar
en Estados Unidos, pero no sabía cómo lograrlo, necesitaba orientación. Él me
dijo que yo nunca podría estudiar en Estados Unidos, pues el nivel de esas
universidades es demasiado elevado para mí, y es muy difícil ingresar. Sugirió
que vaya a estudiar a Perú o México.
Su idea no
me interesó. Dejé su oficina con el corazón destrozado.
Pasé por
otra larga época de profunda decepción, en la cual descuidé mis estudios. Apenas
podía levantarme de la cama. Me parecía inútil estudiar, si nunca podría lograr
mi sueño. Todo se tiñó de negro.
Nunca me
costó aprender los contenidos de las materias, ya que el nivel de FASTA es muy
bajo y nunca me faltó inteligencia, pero mis pensamientos negativos se
interponían en mi camino.
¿De qué me
serviría el título, si no podría seguir estudiando donde yo quería? ¿Para qué recibirme,
si nadie valoraba mis logros? ¿Para qué explotar mi inteligencia, si el mundo
solo se interesa por el exterior? ¿Me contrataría alguien sabiendo que me
recibí de una universidad de bajo nivel académico?
Con todo,
intenté luchar contra la depresión y completar mis estudios. Yo fui criada con
la idea de que una persona no puede “ser alguien” en la vida sin un título
universitario. Pensé que, incluso un diploma de una mala universidad, era mejor
que nada.
Cambié de
terapeuta, y ajustaron mi medicación.
Finalmente,
logré recibirme. Me convertí en Licenciada en Comunicación Social. Aunque los
años de depresión hicieron que mi promedió fuera bajo, tenía un título
universitario.
Sin embargo,
no lograba insertarme en el mundo laboral.
Hice todo lo
posible. Hablé con todos mis conocidos, repartí curriculums, y envié cientos
por internet, me inscribí en varias páginas de búsqueda de empleo. Incluso baje
mis estándares, ya no buscaba empleo en los medios, comencé a buscar trabajo de
lo que fuera. Casas de ropa, negocios… nada.
Me llamaron
de un bazar para que trabajar 12 horas diarias, por el salario mínimo, y en
negro. Me contrataron para vender cursos… 2 horas diarias, por 3000 pesos
mensuales, también en negro.
Me sentía
descorazonada. Confié en la universidad, y en mi país. Me quedé porque creía
que aquí podría obtener un buen trabajo.
¿Debería
haberme mudado a Buenos Aires y estudiar en la UBA? Por mucho tiempo, creí que
sí. Entonces, intenté hacer una maestría en la Universidad de La Plata. Pero aprendí
a la manera a la manera difícil que las carrera de comunicación y periodismo en
las universidades estatales están demasiado contaminadas por el gobierno. Solo
te enseñan mentiras, y las ideas opuestas no son bienvenidas.
Debería
haber luchado más duro para cumplir mi sueño de estudiar e Estados Unidos. Frank
me dijo que era imposible. ¿Por qué lo escuché? Él no sabía nada de mí, pero me
declaró demasiado insignificante para estudiar en USA.
Nunca
mencionó, por ejemplo, las becas Funiber, que yo podría haber obtenido si me hubiera
esforzado. Cuando las descubrí por mi cuenta, ya era demasiado tarde.
Tampoco dijo
nada de los cursos de verano que ofrece la Universidad de Nueva York. Me enteré
de ellos por mi cuenta, y pude hacer un taller de escritura en escritura allí,
durante dos semanas. No fue imposible para mí.
Ahora, voy a
mudarme a Inglaterra, donde podré trabajar, vivir por mi cuenta. Ser libre.
Como no pude lograrlo donde vivo, busqué otra manera. Ansió alejarme, volver a
empezar, y conocer el mundo.
¿Quién puede
decir lo que ocurrirá?
Hay una
lección que aprender en todo esto: la gente siempre va a intentar derribarte, y
poner piedras en tu camino. No hay que escuchar a nadie que diga que tus sueños
son demasiado grandes para vos. Lo difícil lleva tiempo, lo imposible solo tarda un poco más.
Los errores son, tan solo, desvíos en el camino, un camino que lleva a donde debés estar.
"Lo difícil lleva tiempo, lo imposible sólo tarda un poco más.
ResponderEliminarLos errores son, tan sólo, desvíos en el camino, un camino que lleva a donde debés estar".
Muy bien por eso. Hay que tomar los errores como oportunidades de aprender y crecer.