Bienvenidos a mi blog!!

En este blog compartiré mis experiencias personales, pasadas y presentes. Esperando que leer mis palabras ayude a las mujeres que pasan, o han pasado, por lo mismo que yo.
Los nombres de las personas mencionadas en mis historias han sido cambiados para proteger las identidades de los aludidos.

domingo, 30 de agosto de 2015

El camino difícil


Cuando uno es niño, los adultos de tu vida tomaban todas las decisiones que afectan tu vida. Como yo fui criada únicamente por mi madre, ella era la única persona que eligió el camino que seguiría hasta ser adulta. No había otra persona dispuesta a intervenir, a opinar.
Algunas decisiones de mi madre fueron acertadas, como la de separarse de mi padre, a tres años de casarse. Me alegra no haber convivido con un padre sin intenciones de abandonar la bebida. Además, descubrí que, si un matrimonio no funciona, es mejor divorciarse cuando los hijos son pequeños. Durante mi infancia, vi a varios compañeros de colegio sufriendo horrores las rupturas sentimentales de sus padres. Todos tenían dificultades para adaptarse a la situación nueva. Pero yo estaba acostumbrada a que padre viviera en otra casa. Era natural, para mí, verlo cada tanto.
Que vaya a trabajar a Estados Unidos, cuando yo tenía 17 años, dejándome a cuidado de la tía Betty, fue lo mejor que nos pudo pasar.
En cambio, otras decisiones tomadas por mi madre no fueron tan acertadas. Permitirme cambiar de colegio constantemente resultó ser un error. El ser siempre “la nueva” solo empeoró el bullying.
Al crecer, me convertí en responsable de mis propios tropiezos.
Mi primer error grave lo cometí a los dieciocho años.
Mi madre vivía en California; yo, con mi tía Betty. Teníamos un plan, yo me iría a Estados Unidos al terminar el secundario. Los ataques del 11 de Septiembre dificultaron la situación,  ya que resultaba mucho más complicado conseguir visa para entrar a Norteamérica. Sin embargo, podría haberlo intentado. Con esfuerzo, podría haber logrado reunirme con mi madre. Pero me acobardé.
Mi tía Betty siempre me decía que, de mudarme a Estados Unidos, terminaría “sirviendo hamburguesas” por el resto de mi vida. Según ella, una latina jamás conseguiría un trabajo importante en aquél país, porque enfrentaría discriminación. El tener trabajos insignificantes, y no ser nadie, por los siguientes cincuenta años me resultó aterrador.
Decidí quedarme e ingresar a la universidad. Pero ¿Qué estudiar?
Me tome un año sabático, en el 2002, mientras decidía que hacer con mi vida. Miraba doce horas de televisión diaria y me reunía con mis amigas. También estudié inglés e hice un curso de auxiliar de jardín maternal.
Ahí comenzó mi amor por la lengua de Shakespeare. ¿Sería profesora de inglés? Descarté esa idea rápidamente, ya que nunca me gustó la enseñanza. ¿Sería maestra de jardín? Siempre tuve debilidad por los niños, pero la idea de tratar con 20 al mismo tiempo me pareció abrumadora.
Finalmente, tomé una decisión: sería periodista gráfica. Me gustaba la idea de investigar y escribir. En aquél entonces, podía estudiarse periodismo en el instituto Ieres, o periodismo deportivo en DeporTea. Pero el deporte no me gusta. Además, deseaba obtener una Licenciatura. No me conformaba un título terciario. Por tanto, decidí estudiar Licenciatura en Comunicación Social. ¿Dónde? En la Universidad FASTA, de Mar del Plata.
Terminé profundamente decepcionada.
La carrera era perfecta para mí. Me permitía adquirir un conocimiento básico de una variedad de temas interesantes. Pero el nivel académico de FASTA es mediocre, y la universidad no produjo los resultados que yo esperaba.
Recibí el primer golpe durante mi segundo año. Cursé la materia “Géneros Informativos”, la cual me encantó y confirmo que el periodismo era la profesión para mí. Sin embargo, durante una clase, la profesora, Romina, dijo que invitaría a dos alumnos a una cena importante, con periodistas del diario “La Capital”. Yo fui ignorada. Invitó a un joven, a quien llamaré Juan. Él era muy capaz, pero yo también. ¿La diferencia? Romina tenía afinidad personal con él. Le caía bien. Era más carismático. Ella nunca se molestó en conocerme.
En Argentina, la amistad y el carisma son mucho más importantes que la capacidad y las ganas, a la hora de conseguir trabajo.  Además, en todo el mundo, la gente de baja estatura no es respetada. Se nos considera insignificantes.
Juan fue a la cena y conoció a todos los periodistas de La Capital. Cuando el diario ofreció pasantías, ¿A quién creen que eligieron? ¿A mí? ¿O al pibe simpático con quien compartieron una cena?
Él obtuvo el puesto. Adquirió la experiencia y los contactos que lo llevaron a trabajar para un diario mucho mejor.
¿Yo? Sufrí un golpe a mi ego, una desilusión de la cual nunca me recuperé por completo.  
Durante mis años de estudio, me postulé para varias pasantías. Fui ignorada cada vez.
En el tercer año, la única amiga que tenía en FASTA dejó de hablarme, dijo que simplemente no me quería.
Cuando, al tiempo, desaprobé un examen final por segunda vez, caí en un pozo depresivo. Se trataba de la materia más difícil de toda la carrera. La mayoría de los alumnos fallan en el examen final, al menos una vez. Pero yo me sentí desalentada.
Fue entonces que abandone la universidad por primera vez, y tomé un trabajo de vendedora en un stand de ropa.
Al año siguiente, decidí estudiar realización de cine. Muy pronto, me di cuenta que esa profesión no era para mí. Adoro las películas, pero no hacerlas.  El cuatrimestre que pasé en el instituto Bristol, estudiando cine, me sirvió para cono conocerme un poquito más.
Convencida de que el periodismo era mi vocación, decidí darle a FASTA una segunda oportunidad. Con renovado entusiasmo, aprobé varios exámenes y perdí quince kilos.
A finales del 2008, a los 24 años, logré lo que soñaba desde los dieciocho. Entré en un programa para trabajar en Estados Unidos. Pasé cuatro meses fantásticos, aunque llenos de desafíos, trabajando en Colorado. Culminé la experiencia con un mes inolvidable en Nueva Jersey, visitando Nueva York, Philadelfia y Washington DC.
No obstante, regresar fue horrible. Volví a hundirme en el profundo océano de la depresión, sin lograr ver orilla alguna.  
Después de haber visto la Universidad de Princeton, estudiar en FASTA hizo que me sintiera insignificante, como una hoja en un bosque.
Tras haber saboreado la libertad, vivir con mi madre me resultó insoportable. Ella no dejaba de recordarme, que mi amiga Valeria, y su prima, regresaron con grandes sumas de dinero tras trabajar en USA.
Lo peor fue que FASTA continuó  tratándome como un saco de boxeo.
El profesor de una materia en la cual sobresalí, deseaba que yo fuera su ayudante de cátedra. Habría obtenido descuentos en la cuota de la universidad y experiencia profesional, con aquél trabajo. Me sentí muy ilusionada. No obstante, el encargado de otorgar pasantías, dijo que no.  
Siempre me pregunté si él fue quien boicoteó mis otras oportunidades de obtener pasantías. Me resultó muy extraño que, tras años de postularme para ser pasante en diversas empresas, nunca me hayan contratado. Todos mis compañeros de universidad, todos, obtuvieron alguna pasantía en determinado momento.
Caemos nuevamente en el tema de las afinidades personales. Al no ser yo una persona carismática, carezco de amigos con posibilidades de ayudarme.
Una vez, recurrí a otro profesor de FASTA, encargado de los programas que ofrecía la universidad para estudiar en el extranjero, llamado Frank. Yo deseaba estudiar en Estados Unidos, pero no sabía cómo lograrlo, necesitaba orientación. Él me dijo que yo nunca podría estudiar en Estados Unidos, pues el nivel de esas universidades es demasiado elevado para mí, y es muy difícil ingresar. Sugirió que vaya a estudiar a Perú o México.
Su idea no me interesó. Dejé su oficina con el corazón destrozado.
Pasé por otra larga época de profunda decepción, en la cual descuidé mis estudios. Apenas podía levantarme de la cama. Me parecía inútil estudiar, si nunca podría lograr mi sueño. Todo se tiñó de negro.
Nunca me costó aprender los contenidos de las materias, ya que el nivel de FASTA es muy bajo y nunca me faltó inteligencia, pero mis pensamientos negativos se interponían en mi camino.
¿De qué me serviría el título, si no podría seguir estudiando donde yo quería? ¿Para qué recibirme, si nadie valoraba mis logros? ¿Para qué explotar mi inteligencia, si el mundo solo se interesa por el exterior? ¿Me contrataría alguien sabiendo que me recibí de una universidad de bajo nivel académico?  
Con todo, intenté luchar contra la depresión y completar mis estudios. Yo fui criada con la idea de que una persona no puede “ser alguien” en la vida sin un título universitario. Pensé que, incluso un diploma de una mala universidad, era mejor que nada.
Cambié de terapeuta, y ajustaron mi medicación.
Finalmente, logré recibirme. Me convertí en Licenciada en Comunicación Social. Aunque los años de depresión hicieron que mi promedió fuera bajo, tenía un título universitario.  
Sin embargo, no lograba insertarme en el mundo laboral.
Hice todo lo posible. Hablé con todos mis conocidos, repartí curriculums, y envié cientos por internet, me inscribí en varias páginas de búsqueda de empleo. Incluso baje mis estándares, ya no buscaba empleo en los medios, comencé a buscar trabajo de lo que fuera.   Casas de ropa, negocios… nada.
Me llamaron de un bazar para que trabajar 12 horas diarias, por el salario mínimo, y en negro. Me contrataron para vender cursos… 2 horas diarias, por 3000 pesos mensuales, también en negro.
Me sentía descorazonada. Confié en la universidad, y en mi país. Me quedé porque creía que aquí podría obtener un buen trabajo.
¿Debería haberme mudado a Buenos Aires y estudiar en la UBA? Por mucho tiempo, creí que sí. Entonces, intenté hacer una maestría en la Universidad de La Plata. Pero aprendí a la manera a la manera difícil que las carrera de comunicación y periodismo en las universidades estatales están demasiado contaminadas por el gobierno. Solo te enseñan mentiras, y las ideas opuestas no son bienvenidas.
Debería haber luchado más duro para cumplir mi sueño de estudiar e Estados Unidos. Frank me dijo que era imposible. ¿Por qué lo escuché? Él no sabía nada de mí, pero me declaró demasiado insignificante para estudiar en USA.
Nunca mencionó, por ejemplo, las becas Funiber, que yo podría haber obtenido si me hubiera esforzado. Cuando las descubrí por mi cuenta, ya era demasiado tarde.
Tampoco dijo nada de los cursos de verano que ofrece la Universidad de Nueva York. Me enteré de ellos por mi cuenta, y pude hacer un taller de escritura en escritura allí, durante dos semanas. No fue imposible para mí.
Ahora, voy a mudarme a Inglaterra, donde podré trabajar, vivir por mi cuenta. Ser libre. Como no pude lograrlo donde vivo, busqué otra manera. Ansió alejarme, volver a empezar, y conocer el mundo.
¿Quién puede decir lo que ocurrirá?

Hay una lección que aprender en todo esto: la gente siempre va a intentar derribarte, y poner piedras en tu camino. No hay que escuchar a nadie que diga que tus sueños son demasiado grandes para vos. Lo difícil lleva tiempo, lo imposible solo tarda un poco más. 
Los errores son, tan solo, desvíos en el camino, un camino que lleva a donde debés estar.

1 comentario:

  1. "Lo difícil lleva tiempo, lo imposible sólo tarda un poco más.
    Los errores son, tan sólo, desvíos en el camino, un camino que lleva a donde debés estar".
    Muy bien por eso. Hay que tomar los errores como oportunidades de aprender y crecer.

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